LA EXPLOTACION LABORAL DE LOS NIÑOS
La pobreza también incide en la EXPLOTACION INFANTIL. Nunca se ha visto un niño rico trabajar. La relación entre pobreza familiar y trabajo infantil es evidente. El trabajo que depende de los niños como mano de obra barata, sumisa y vulnerable, es también causa y no sólo consecuencia, de la pobreza social e individual. Un niño, que será un futuro adulto, su familia y su país son vendidos por menos de cinco dólares al mes. Analfabetos de por vida, si tienen tiempo y no están agotados, podrán ir a una escuela informal, no reglada por el Estado, pero nunca tendrán un título elemental. Analfabeto, no podrá defender sus derechos, tampoco cundo sea adulto.
Sólo los hijos de las familias pobres trabajan, pues todos ellos se encuentran en una situación de carencia. La explotación infantil está en estrecha correlación con la distribución injusta de la riqueza y aumenta cuando se dejan solas a las familias para afrontar su pobreza. Sin escuelas y sin sanidad gratuitas, sin seguridad social, para satisfacer sus necesidades básicas las familias deben pedir a todos sus miembros la colaboración para lograr sobrevivir.
Cuando la situación económica se degrada aumenta el paro de la población adulta, entonces las familias piden la ayuda, aunque limitada, que procede del trabajo infantil. Las empresas prefieren a los niños porque se les puede explotar mejor. Los gobiernos son a menudo cómplices directos o indirectos, pues permiten que los trabajadores adultos perciban salarios insuficientes para mantener a sus familias -el mismo salario mínimo legal, en la mayor parte de los países garantiza un poder adquisitivo ínfimo.
Las consecuencias del trabajo para la salud de los niños son muy graves. Sufren lesiones visuales y óseas, deformaciones, numerosos accidentes, muerte temprana... Gran parte de los niños sometidos a trabajo forzoso no llega nunca a los 12 años. Muchos niños sufren trastornos de estómago o dolores de cabeza como consecuencia de su aislamiento emocional. Otros parecen retardados física y psíquicamente, sin que en realidad lo sean. De hecho, una vez liberados de su situación e integrados en una comunidad pueden convertirse en los mejores alumnos de la clase.
Estos niños tienen la salud hipotecada. Casi todas las criaturas que trabajan acarrean pesos y mantienen posturas forzadas por mucho tiempo, y no tienen ni un crecimiento ni un desarrollo óseo adecuado. Se suelen quedar más bajos de estatura, jorobados y cansados, tal vez con tuberculosis. La exposición continua al polvo, a los productos químicos, al calor y quizás a la falta de luz –en algunos casos por ser la luz excesiva- afecta a los pulmones, a los ojos, al hígado y a los riñones. Los ruidos también les causan sorderas parciales.
Además sufren daños psicológicos. La ausencia de tiempo para jugar y de descanso y el distanciamiento de las familias tienen repercusiones nefastas sobre la sicología infantil. Los efectos psíquicos y físicos de la explotación infantil son devastadores.
Con el trabajo infantil, la sociedad queda empobrecida para siempre. La relación niños/fuerza de trabajo lleva consigo una alta tasa de mortalidad, incentiva una mayor natalidad y alimenta la espiral de la pobreza. Las naciones heredan una nueva generación de trabajadores con bajos ingresos, sin especialización, analfabetos, tal vez enfermos o inválidos. En vez de conseguir aliviar la pobreza esta se agrava.
Un niño produce casi lo mismo que un adulto, pero gana mucho menos, normalmente un tercio. Por el trabajo de los niños, el poder adquisitivo de las familias aumenta como máximo entre un 10 y un 20%, lo que significa que éstas continúan en el mismo nivel de pobreza. Sin hacer mención a los casos de las familias que han obtenido anticipos y el niño es obligado a trabajar gratis. Es raro que un niño que trabaje de forma dependiente gane a la semana más de los que cuesta un kilo de arroz.
Los niños no tienen elección, son traídos de pueblos lejanos, engañados por supuestas buenas perspectivas y con el pago de una contrapartida a sus paupérrimos e ignorantes padres. Muchos de esos niños mueren cada año manipulando pesticidas en las plantaciones. Los pesticidas significan un grave peligro para los niños que trabajan en plantaciones, a los que son especialmente sensibles por estar en una etapa de crecimiento. En áreas rurales del tercer mundo hay más muertes infantiles causadas por los pesticidas que por todas las demás enfermedades propias de la infancia juntas.
En muchas ocasiones, el esfuerzo físico requerido para trabajar es abrumador. Descalzos y con las manos desprotegidas, suelen utilizar herramientas con las que corren constantemente el riesgo de cortarse los dedos, las manos y mutilarse. Las criaturas constituyen un tanto por ciento muy elevado de la mano de obra y se ven involucrados en muchos de los accidentes laborales. A pesar de todo, muchos creen estar en deuda con su amo, aunque su mayor queja es el cansancio.
En las etiquetas de los juguetes podrán estar escritas diferentes marcas comerciales que son conocidas por todos, pero la práctica totalidad de los juguetes se producen en el Tercer Mundo, donde niños y niñas trabajan durante doce horas al día, en contacto con materiales plásticos inflamables, en ambientes sofocantes, en medio de la suciedad casi sin comida, desnutridos, y durmiendo en campamentos-guetos o en el mismo local.
Millones de niños trabajan también en las calles. Escalando montañas humeantes de basura, en los basureros de muchas ciudades, para rescatar cualquier residuo útil. Un trabajo extremadamente arriesgado desde el punto de vista sanitario y que, además, atrae el desprecio sobre quien lo realiza.
Sus jornadas de trabajo empiezan a las cuatro y media de la mañana. Lustran zapatos, portean bultos, venden géneros diversos, mendigan, limpian cristales, parabrisas o son limpiabotas. Muchos hacen de animales de carga, transportando mercancías y personas sobre carritos, explotados por sus propietarios. Los niños de la calle se encuentran principalmente en los núcleos urbanos y no tienen lugar fijo de residencia. Vagan de un sitio para otro, duermen en el exterior de edificios o tiendas en colchones de cartón o de paja, y comen alimentos poco nutritivos que compran en la calle con sus escasos ingresos.
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